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Anteponiendo la nación a miedos y familia, centenares de soldados desplegados en Reynosa, en el norte de México, viven un día a día marcado por el combate frontal a la delincuencia organizada, a menudo con bajas.
En la Octava Zona Militar de Reynosa, en el estado de Tamaulipas, Isaías Lorenzo, mayor de Materiales de Guerra, se ocupa de vigilar el depósito de armamento incautado al narcotráfico.
En el almacén se acumulan armas largas y cortas de todos calibres, algunas tan poderosas como lanzacohetes, además de varios barriles a rebosar de balas.
Según un cartel que hay en la entrada, son alrededor de 1.000 armas cortas, 2.000 largas, 20.000 cargadores y alrededor de un millón de cartuchos, como si a cada ciudadano de Reynosa y su zona metropolitana le tocara una bala.
“Es un área muy conflictiva en cuanto a seguridad, pero es el trabajo, y hay que realizarlo”, explica a Efe este militar con 33 años de servicio y cuatro meses en este municipio, uno de los más peligrosos del país.
Pese a ser un motor económico por sus maquilas, Reynosa es famosa por los intensos choques que se producen en sus calles entre cárteles que se disputan esta localidad fronteriza con Estados Unidos, o con las fuerzas de seguridad.
Aunque a menudo hay bajas en cada bando -solo en enero un militar muerto y 23 heridos – los soldados desplegados en esta región enfrentan un día a día difícil con estoicismo.
“El principal éxito que tenemos aquí es ver la tranquilidad de la población, y nos esforzamos para ello. Es la mejor paga como soldados que podemos tener”, asegura a Efe el coronel de caballería Luis Andrés Gutiérrez, comandante del 19 Regimiento de Caballería Motorizada de este cuartel, con unos 600 efectivos a su cargo.
Los operativos culminan a veces con la muerte de un compañero, que ven como un héroe capaz de “sacrificar su propia vida” por el país, señala este veterano militar.
En los sepelios se recuerda al compañero caído con una ceremonia de cuerpo presente, muy solemne, en la que no faltan quienes ensalzan las virtudes del fallecido, e incluso alguna anécdota.
El teniente coronel médico cirujano Carlos Darío Duque vive muy de cerca el dolor y las heridas que causan las balas en Reynosa, y reconoce a Efe que se generan “constantemente vacantes”.
Tras un choque, el servicio sanitario estabiliza al soldado y atiende las lesiones con arma de fuego. Si el soldado está gravemente herido, se traslada a hospitales más preparados.
“Podemos sobrellevar una situación de estrés y peligro, porque lo hacemos con convicción y vocación”, relata este hombre con 28 años en el Ejército.
Duque es médico y militar, dos profesiones que en principio podrían chocar pero que él conjuga con una ejercicio de lógica: “Esto es un empleo, un trabajo, para mantener el orden y la paz. (…) Si hay gente abatida es, en general, por el bien de las masas del país”.
Su amor por la profesión es tal que no la dejaría aunque se lo pidiera su nueva novia. Las parejas “tienen que aceptar la situación, apoyarnos en los tiempos y hacer pequeños sacrificios”, dice.
Aunque los soldados que efectúan los operativos, que entre compañeros se apodan “los armas”, son los que corren más peligros, nadie está exento de ellos, y se preparan para tal fin.
“Me gusta mucho el ejercicio y manipular el arma. Mi primera opción era policía militar, pero encontré esta vacante y hasta la fecha no me arrepiento. Le encuentras el amor en el Ejército, en lo que te toca”, relata a Efe la soldado oficinista Norma María Salgado.
Con 25 años, Salgado quiso pertenecer a la Secretaría de la Defensa Nacional desde niña.
“Me atraía portar el uniforme; la primera vez que lo hice fue muy motivante y me hizo muy feliz. También servir a mi nación. Soy muy patriótica y me emociono cantando el himno nacional”, asevera.
Tras pasar una serie de difíciles pruebas físicas y mentales en las que te “entrenan para ser resistente”, cumplió el sueño de entrar en el cuerpo.
El Ejército es su vida y como mujer, asegura, no es difícil estar en el cuartel, pese a ser minoría. Incluso encontró aquí a su esposo, con el que se casó hace unos meses vestida de blanco en un acto “muy emotivo y profundo” que demuestra que los militares pueden “tener una vida civil normal”.
Aunque vive alejada de los fusiles y los vehículos de combate, es consciente de que la muerte planea sobre el Ejército. Pero considera que ello es secundario. “Debemos mantener constantemente el espíritu de servir al país”, remarca.
Y todo ello pese a la mala fama que tienen los soldados para ciertos sectores de México.
Si bien el Ejército es una de las instituciones más respetadas, su imagen se ha visto manchada por gravísimos casos como el de Tlatlaya, en que -según la fiscalía general- 14 personas murieron en un enfrentamiento con soldados y ocho más, algunas de ellas heridas, fueron asesinadas por militares.
“El alto mando actual es muy firme y aplica cero tolerancia. Si un elemento comete un error que vulnere nuestras instituciones, se actúa con firmeza y conforme a derecho”, subraya Gutiérrez.
“El Ejército no es perfecto, pero es lo más parecido a esto. Pero como en todo, hay gente que puede equivocarse”, le secunda Salgado, una enamorada del uniforme.