El martilleo de los clavos, el ruido de las motosierras, el sonido de las escobas que limpian los restos de casas demolidas y patios: El sonido de la gente reconstruyendo sus vidas domina esta devastada aldea.
Una semana después de pasar un tifón por las Filipinas, las carencias son enormes en esta zona costera, donde casi no llega ayuda debido a losaeropuertos congestionados, carreteras bloqueadas y falta de brazos.
Pese a la desesperación, un espíritu de autosuficiencia era evidente el viernes entre los habitantes de Guiuán y otras poblaciones arrasadas, dedicados a la reconstrucción de sus vidas y las de sus vecinos, con o sin la ayuda del gobierno o grupos extranjeros.
A las 6 de la mañana, Dionisio de la Cruz construía una cama usando varios clavos oxidados. Ha levantado ya un refugio temporal con los restos de su casa.
“Dependemos de nosotros, así que tenemos que hacer esto por nuestra cuenta”, dijo el hombre, de 40 años, mientras su esposa y madre dormían en una mesa cercana. “No esperamos que nadie llegue y nos ayude”.
Las autoridades calculan que unas 600.000 personas han sido desplazadas por el tifón Haiyan, que castigó con especial saña las islas de Leyte y Samar. Casi todos sus habitantes quedaron sin hogar. Junto con agua, alimentos y medicinas, los grupos de socorro darán prioridad a la distribución de herramientas, clavos y otros pertrechos que permitan a gente como de la Cruz mejorar sus refugios mientras son consideradas soluciones más permanentes.
Mientras tanto, el número de muertos fue elevado el viernes por las autoridades a 3.621, de la cifra anterior de 2.360. Algunos funcionarios pronosticaron que la cifra final podría llegar a los 10.000 muertos, después que los desaparecidos sean declarados fallecidos y los socorristas lleguen a las zonas remotas.
Por otra parte, los helicópteros de la armada estadounidense efectuaron vuelos desde el portaaviones George Washington y lanzaron agua y alimentos en poblaciones aisladas.
El gobierno fue criticado ante la imposibilidad de despachar pertrechos más rápidamente.
“En esta situación, nada es suficientemente rápido”, dijo la secretaria del Interior Mar Roxas en la capital de Leyte, Tacloban, en su mayor parte destruida por la tormenta. “Las necesidades son masivas, las necesidades son inmediatas, y no se puede llegar a todo el mundo”.
En la aldea de Guiuán, a unos 155 kilómetros (unas 100 millas) al este de Taclobán, hubo otros indicios de vida entre las toneladas de escombros. Un hombre vendía pinchos de carne asada, un par de quioscos vendían sodas y jabón y la ropa recién levada fue puesta a secar al sol.
Aunque muchos han abandonado esta y otras aldeas arrasadas, algunos decidieron quedarse y ayudar.
Susan Tan, propietaria de un comercio. Estaba a punto de volar a otra zona del país después que una turba hambrienta asaltó su establecimiento hace unos días tras el paso del tifón, vaciando las estanterías y llevándose todo lo que tuviera algún valor.
Empero, un amigo le persuadió para que se quedara, y regenta ahora un centro de ayuda en su comercio, que lleva en manos de la familia desde la década de 1940.
“No puedo irme a Cebú y sentarme en el centro comercial mientras este lugar está en ruinas”, indicó. “Aunque he sido saqueada y estoy en bancarrota por esto, no puede dar la espalda a mis amigos y mi aldea. Necesitamos ayudarnos unos a otros”.