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Deportados mexicanos, luchas espinadas y la difícil tarea de rehacer una vida.

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Reynosa, Tamaulipas, 20 de febrero de 2018.(EFE) Alfredo tiene cortes en brazos y piernas por los alambres de las fincas privadas que tuvo que superar tras cruzar el Río Bravo y adentrarse a Estados Unidos, un sueño americano que buscan miles y que a él le duró apenas unas horas, pues fue repatriado a los pocos días.

En la Casa del Migrante del municipio de Reynosa, este mexicano de 35 años recibe hoy atención de la Cruz Roja, mientras evalúa sus próximos movimientos, entre el deseo de volver a probar suerte y la necesidad de descansar tras el trauma.

Historias como la suya se repiten en este albergue que atiende mensualmente a unas 600 personas, en su gran mayoría mexicanos deportados de Estados Unidos, pero también a migrantes, de este país o de otras nacionalidades, que buscan cruzar la frontera.

Los repatriados mexicanos “llegan deprimidos y tristes, frustrados, y pueden encontrar en su tiempo de recuperación fácilmente enfermedades”, dice a Efe la directora de la Casa del Migrante, sor María Nidelvia Ávila, que lleva 12 años trabajando en este centro, un referente en Reynosa.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Migración (INM), en 2017 hubo 166 mil 986 mexicanos repatriados desde Estados Unidos, de los cuales 14 mil 069 fueron entregados en la frontera de Reynosa.

Pese a que México defiende que hoy el país es más de tránsito que de expulsión de migrantes, la realidad de los albergados difiere del discurso oficial, y no esconden que la pobreza, los ánimos de prosperar e incluso la ignorancia los impulsa a cruzar ilegalmente, una o las veces que haga falta.

Juan Manuel Dueñas es originario de Jalisco (oeste) y ha vivido en Estados Unidos por largos periodos de tiempo. De hecho, en Chicago tiene dos hermanos, pero su esposa e hijas están en su tierra natal.

Vivió en Phoenix y Chicago, y en esta ocasión llegó hasta la frontera norte en autobús para probar suerte de nuevo. Contrató un coyote y cruzó el río en una lancha, pero no resultó.

Mientras esperaba que un “ride” (transporte) lo alejara de la frontera, llegó la policía de migración y lo deportó.

“Ya me voy a regresar a mi tierra”, explica el hombre, que no pierde la sonrisa pese a pasar ocho días en una estación migratoria, que llaman “la hielera” por las bajas temperaturas que padecen dentro.

Agustín López tiene 45 años y es originario del suroriental estado de Chiapas, uno de los más pobres del país.

“Buscamos una mejor vida allá (en Estados Unidos) porque el Gobierno mexicano no busca que las personas tengan un mejor apoyo. Siempre hay el mismo sueldo y la comida, el fríjol, el arroz, todo va para arriba”, denuncia.

La inflación cerró 2017 en el 6.77 % en México, la más alta desde el 2000.

Agustín ha cruzado hasta cuatro veces la frontera, y en la mayoría de ellas ha podido vivir temporadas largas en Estados Unidos, trabajando en la construcción. Pero cuando quiere ver a su familia, y ya ha ahorrado suficiente, vuelve a casa.

Aunque reconoce que para muchos mexicanos la peripecia no es tan arriesgada, alerta de los múltiples peligros que corre cualquiera que busca el sueño americano.

“Si en México tienes la manera de hacer dinero, es mejor que no lo intentes, porque allá es rifar la vida, llegas vivo o llegas muerto. Te mueres en el camino”, reflexiona este hombre de 45 años.

Y pese a todo, intentará cruzar en los próximos días, con el deseo de que no llegue la “migración y se tuerza todo”.

Rosa García es la única mujer migrante que hay actualmente en el albergue. Viajó desde el pueblito de San Pedro Pochutla, en Oaxaca, junto con su tío de 26 años y su primo, de 14.

Pagaron 2 mil 800 dólares cada uno por un lugar en la lancha con la que cruzan el Río Bravo.

Para conseguir el dinero, pidieron “prestado”, pero les “agarró la migra” muy rápidamente, y ahora esperan que su hermano y su cuñado, que ya viven en Estados Unidos, les ayuden a pagar el pasaje frustrado, y los intereses.

Con 20 años, su inocencia y desconocimiento de los peligros que supone este viaje para centenares de miles ponen los pelos de punta.

Cuestionada sobre si conoce los peligros de las mafias, o tan siquiera sabe del presidente Donald Trump y sus políticas, su respuesta es un escueto “no”.

Pese al discurso antiinmigrante, y su férreo deseo de construir un muro a lo largo de toda la frontera, las deportaciones cayeron en 2017, el primer año de Trump en el poder.

Así lo confirma Ávila, quien sostiene que también disminuyó el número de migrantes centroamericanos que se aventuran a esta travesía.

Además, cambió la política estatal y hoy Reynosa recibe menos presión migratoria.

El delegado regional del Instituto Tamaulipeco para los Migrantes, Ricardo Calderón, señala a Efe que se da asistencia sanitaria y psicológica a los deportados y se les ofrece, nada más cruzar México, un pasaje de autobús a su lugar de origen, que la mayoría aceptan.

“Somos una frontera, y los migrantes son un grupo vulnerable al cual debemos apoyar”, remarca.

Persisten los riesgos, persisten los sueños. Y en medio de tanta fragilidad, la petición de Dueñas a Trump resuena alta y clara: “Que se ponga en los zapatos de uno, a ver si siente un poquito lo que siente uno. Pero así es la vida, y ahora solo queda echarle ganas, aquí o donde sea”, concluye.

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